“VERÁN VENIR AL HIJO DEL HOMBRE”
Termina
ya el tiempo ordinario y con la fiesta de Cristo Rey del Universo daremos
inicio al Adviento, es natural, pues así estamos acostumbrados que en estas
lecturas se nos hable en este tono apocalíptico, unas lecturas que nos hablan “del
final de los tiempos”, y entre líneas también nos están hablando del final de
cada uno, no estamos aquí para quedarnos ni tampoco el sepulcro es nuestro
eterno destino, el cuerpo, que es la casita que guarda nuestra alma, un día
desaparecerá, pero el alma está destinada para la inmortalidad, para una
eternidad, y toda alma, sea de quien sea, está destinada para tener un feliz dichoso,
depende de nosotros conseguir esa dicha, esa salvación que Nuestro Señor
Jesucristo nos ha regalado con su muerte –uno por todos- para que todos
tengamos vida en dios.
Leyendo,
pues, entre líneas hemos de quedarnos con que para lograr esa salvación tenemos
que ser hombres y mujeres que usemos de esa sabiduría que Dios ha puesto en
cada uno de nosotros. La
Sabiduría de Dios que nos visita con su amor y su gracia nos
lleva a ser luchadores de la paz y de la justicia, pues no podremos lograr
vivir en paz si no creemos en un mundo de JUSTICIA y esta justicia no es la que
algunos con criterios puramente humanos predican, hablamos de la justicia
Divina, la justicia según Dios, esa que nos revela la Sagrada Palabra y nos obliga a
hacer las cosas y vivir la vida de otra manera, a la manera de la santidad, la
manera de Dios. Así las palabras de la primera lectura “Los sabios brillaran como el
fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las
estrellas, por toda la eternidad” nos está diciendo que si somos afines
al mensaje del Señor, somos eternos, la eternidad dichosa es nuestra meta.
En
la segunda lectura hemos leído que “Cristo ofreció por los pecados, para
siempre jamás, un solo sacrificio. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para
siempre a los que van siendo consagrados. Donde hay perdón, no hay ofrenda
por los pecados”.
Estamos
a las puertas del Año de la
Misericordia, y desde nuestra Orden de Predicadores aún
resuenan los ecos de la apertura del Año Jubilar que comenzamos el día 7 de
Noviembre, fiesta de Todos los Santos de la Orden, Año de Júbilo que nos invita a mirar al
pasado para no olvidar, a vivir el presente anclados en esa VERDAD plena que es
Dios y a encaminarnos al futuro con amor y con esperanza, sabedores que si en
800 años la Orden
de Predicadores fue fiel defensora de la VERDAD esta verdad es la que nos hará libres y
nos garantizará la VIDA PLENA.
En
el Evangelio escuchamos: “En aquellos días, después de esa gran
angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las
estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán”. Nos habla de un fin, sí, todo
lo nuestro ha de tener fin. Aquí nadie se queda, y lo que es material se va
deteriorando y al final se destruye, pero también el señor nos da hoy unas
palabras que nos tienen que animar, hacer valorar nuestra manera de vivir la
vida según Dios, pues nos dice: “El cielo y la tierra pasarán, mis palabras
no pasarán” y es reconfortante el sabernos conocedores de esa Palabra
eterna y sobre todo el aprender cada día a confiar en ella, a aplicarla a
nuestra vida, es más, a vivir la vida conforme a ella, pues la Palabra nos cambia, nos purifica,
nos renueva, arranca el mal para rejuvenecernos y hacernos eternos.
En un tiempo convulso como el nuestro donde
el odio, la venganza, el rencor, la envidia es el pan de cada día, donde las
persecuciones a la Iglesia
y a los cristianos, solapados en algunas partes y crueles y directos en otras,
no estaría de más recordar aquellas palabras del Apóstol:
Romanos, 8, 35-36:
35¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, o la persecución, o el hambre, o la desnudez, o el peligro, o la espada?
Tal como
está escrito: POR CAUSA TUYA SOMOS PUESTOS A MUERTE TODO EL DIA; SOMOS
CONSIDERADOS COMO OVEJAS PARA EL MATADERO. …
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